No soy una persona vieja, reconozco que muchos de los eventos que han marcado la política moderna de México no los presencié o estaba muy chico para comprender de manera más real su significado. No estaba vivo cuando López Portillo dijo que defendería el peso como a un perro. No logro recordar haber presenciado el "ni los veo ni los oigo" de Carlos Salinas. El magnicidio por supuesto que lo recuerdo pero más como un suceso lejano. Si, reconozco que he estado involucrado en la política desde aquel ya lejano 1994 cuando tenía apenas 7 años. Lo primero que recuerdo de mi acercamiento a la política es, precisamente, el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, después como un tío, hermano de mi papá, me obsequió una estampa del candidato sustituto, Ernesto Zedillo y como, a mis tiernos 7 años, vi por primera vez un debate presidencial, donde me impactó la figura de un hombre de gran barba, discurso estructurado y elocuente (claro, en ese entonces no sabía ni siquiera el significado de estas dos palabras) y fue cuando descubrí que el Partido Acción Nacional tenía buenos elementos.
Recuerdo también la reforma política de 1997 que dotó de cierta autonomía al Distrito Federal para transformarlo del Departamento del Distrito Federal al Gobierno del Distrito Federal y como, el primer Jefe de Gobierno electo democráticamente por los ciudadanos fue Cuauhtémoc Cárdenas. Recuerdo a mis 13 años, en el 2000, todavía sin edad suficiente para votar, meterme a actividades para la campaña de Vicente Fox, pocas tal vez, pero eran las que podía hacer con 13 años y con el poco permiso que tenía de mis papás (quienes nunca han sido afines a la política). Recuerdo haber colocado pendones en mi cuadra, repartido estampas.
Por fin llegó 2006, mi primera elección. Me iba a estrenar a lo grande, siendo representante de casilla por el PAN. Por coincidencias de la vida mi nombramiento nunca llegó y tuve que conformarme con seguir la elección desde la televisión. Recuerdo claramente como, muy entrada la madrugada, mi papá, quien llevaba ya horas durmiendo, se despertó para decirme que los resultados los podría conocer más tarde y que, por favor, ya me fuera a dormir.
Recuerdo las elecciones de 2012, las primeras en las que fungí como Representante Propietario del PAN ante el Consejo Distrital XXXIII del entonces IEDF, recuerdo las elecciones de 2015 donde repetí puesto como Representante Propietario.
En efecto, no soy una persona de edad avanzada. Tengo apenas 32 años pero tengo un camino recorrido en el tema electoral y en esos 25 años que llevo siguiendo de cerca los asuntos políticos de mi país, nunca me había encontrado con una división tan grande como la que existe en este momento. Actualmente en nuestro país existe una sima tan profunda que parece imposible sortear.
En México siempre han existido grupos y, por lo mismo, personas afines a cada uno. La derecha ha tenido a sus seguidores, incluso a sus portavoces dentro de los medios. Lo mismo sucede con la izquierda y con el centro, en fin, con todo el espectro político. Descalificaciones de un grupo a otro han sido parte de nuestro panorama, no es nada nuevo, lo que si es nuevo es que esas descalificaciones hayan trascendido hasta nosotros, los ciudadanos de a pie.
Si en las administraciones pasadas alguien criticaba al presidente, salía alguien a su defensa. Se abría la posibilidad al debate y, por supuesto, habían momentos en que la discusión se acaloraba como sucede con cualquier tema que levante pasiones. Pero en esta administración, si alguien cuestiona o critica al mandatario, en automático es un derechairo, traidor, vende patrias, fifís. Y, siendo francos, los que no apoyamos al presidente les decimos a sus seguidores chairos entre otros calificativos.
Por supuesto que todos estamos en nuestro derecho de discrepar o coincidir con el titular del Poder Ejecutivo de la Federación. Por supuesto que yo estoy en mi derecho de disentir y de hacer notar lo que, a mi consideración, no es adecuado. Eso es, no solamente sano, sino necesario en cualquier Estado Democrático de Derecho, pero nunca como ahora, en la historia moderna de nuestro país, se había generado una división tan grande, la misma que me hace recordar a los conservadores y liberales en la época incluso anterior de Benito Juárez, esa época a la que México le costó tanto derramamiento de sangre y que hoy, desgraciada y dolorosamente, estamos regresando.
Señores, seamos francos, las administraciones inician y concluyen, pero nuestra condición como mexicanos permanece. Tengo familia que apoya profundamente a López Obrador. Cuando él deje de ser presidente, ellos seguirán siendo mi familia, lo mismo con amigos, con vecinos, con personas con las que comparto ideologías de libertad e igualdad.
No puedo decirlo de otra manera, me resulta preocupante en extremo la división que se ha generado en nuestro país. No, no estoy de acuerdo en muchas de las políticas emprendidas por el titular del Ejecutivo Federal, veo con preocupación la falta de resultados, considero que gastar en tanto programa social y en béisbol en lugar de dotar de medicamentos a pacientes que lo necesitan está mal, pero una cosa es que piense eso y otra es que pensarlo me haga un mal ciudadano, un traidor a la patria.
Reconozco que la división es impulsada desde arriba. El presidente imponiendo la separación, entre los liberales y los conservadores, los fifís y demás adjetivos que ha utilizado. Eso es innegable, como también lo es que nosotros, los ciudadanos de a pie hemos encontrado en esto una licencia para hacer lo mismo, para ahondar diferencias, para crear grupos que no deberían de existir. Por supuesto, yo he caído en eso: he atacado en lo personal a personas, a mexicanos, les he dicho chairos y me he sumado a la interminable fila de personas que fomentan la división, pero México necesita unidad y por eso hoy digo ¡ya basta! A partir de este momento debatiré propuestas e ideas con quien quiera hacerlo, pero dejaré fuera por completo de mi vocabulario palabras que denosten a cualquier persona por el simple hecho de su preferencia electoral y hago un llamado, desde lo más profundo de mi ser, para que todas las personas que así lo deseen se sumen a esto: basta ya de dividirnos nosotros. El futuro de México no está en López Obrador ni en ningún otro político, el futuro de México está en sus ciudadanos y, como bien decía Jesús, una casa dividida contra sí misma no puede perdurar.
Somos mexicanos, sin importar nuestros intereses políticos. Dejemos de lado las divergencias y busquemos las convergencias. Debatamos, si, por supuesto. Alcemos la voz cuando las cosas no se estén haciendo bien, pero dejemos de insultar y demeritar a los demás. En algún momento leí una frase de Francisco Martín Moreno: "Cuando los argumentos terminan, comienzan los insultos". Ha llegado el momento de regresar a los argumentos.
@Benjamin_Muniz