No es secreto que soy una persona que disfruta la lectura. Desde
hace ya muchos años he hecho mía aquella frase que dice “Si sales ileso de un
libro es que nunca has entrado” y así muchas lecturas me han marcado, sin
embargo, pocas me han tocado tan profundamente como “La fosa de agua” escrito
por la periodista Lydiette Carrión.
Conmovido hasta las lágrimas después de haber leído casos de niñas
desaparecidas en la zona de Ecatepec y de Tecamac, llegué a las palabras
finales del libro: “México está sumido en
la desmemoria. ¿Seremos capaces de hallar lo que necesitamos para recordar?”
Yo me pregunto exactamente lo mismo.
De los casos plasmados en la obra periodística, los restos de
algunas niñas han sido encontrados, otras no. Muchas osamentas extraídas en los
dragados al Río de los Remedios no han podido ser identificados. Las cifras son
alarmantes. De los casos referidos en el libro, solo uno ha sido sancionado a
través de sentencias condenatorias lo que, en ningún caso quiere decir que se
haya hecho justicia. Los demás casos ni siquiera han llegado a juicio.
Homicidios cometidos contra niñas de entre 13 y 18 años han quedado impunes y
no podemos olvidar que Lydiette Carrión no da cuenta de todos los casos
existentes en la zona, sería imposible hacerlo.
Lo que queda evidenciado sin lugar a dudas es la incapacidad de
las instituciones nacionales de hacer frente a este terrible flagelo. Las
autoridades estatales están en exceso rebasadas y, lo que es peor, la gran
mayoría de los Ministerios Públicos no tienen siquiera la intención de iniciar
en tiempo las investigaciones argumentando que, seguramente, las víctimas
escapan por propia voluntad y que en algún momento llegarán, incluso con su
premio. En aquellos casos en que se dan inicio a las averiguaciones, el tiempo
transcurrido genera una brecha que muchas veces es imposible franquear, y sí a
eso se le suma la incompetencia o falta de pericia al momento de llevar a cabo
las pruebas necesarias, el resultado es predecible.
Me queda más que claro que nuestro país requiere cambios
estructurales de gran calado. Establecer en las leyes penales el tipo penal de
feminicidio no va a generar un cambio per se, se requieren muchísimas cosas
más: la profesionalización de las instituciones encargadas de la procuración de
justicia, cumplimiento de los protocolos de actuación para estos casos, que los
ministerios públicos y policías ministeriales cumplan de manera adecuada su
atribución constitucional de investigar los delitos, que los peritos realicen
las pruebas técnicas de manera adecuada y apegada a los estándares específicos
para que éstas sean infalibles y que al momento de consignar las carpetas de
investigación el Juez de Control no tenga elementos para regresarla.
No puedo dejar de mencionar que el prólogo del libro, escrito
magistralmente por Blanche Petrich, deja frases que dejan ver de cuerpo
completo el sistema que, desgraciadamente, impera en nuestro país:
“Lo que sale a la luz son
las miserias de un aparato judicial plagado de policías que de día patrullan y
de noche delinquen, de Ministerios Públicos que dormitan sobre los expedientes,
de fiscales que siguen la máxima regla del menor esfuerzo y se detienen ahí
donde creen que pueden “pisar callos”, ya sea por conveniencia política o por
complicidades inconfesables. Es el fracaso de las instituciones responsables de
proteger a la población, a las niñas, a sus familias y de hacerles justicia”.
Pero Petrich no lo deja así en el prólogo que escribió, al
contrario, fue más allá dando cuenta de cómo es en muchas ocasiones la pereza
lo que hace fracasar las investigaciones:
“En ocasiones es una pereza
imperdonable la que hace fracasar una investigación, como el caso de Luz del
Carmen – 13 años, vida en la pobreza –. Su cuerpo fue encontrado en una bolsa,
a orillas de la vía del tren. Le había mutilado las piernas. No la buscaron
“porque había mucha basura en el lugar”. Hacer justicia era lo que estaba en
riesgo”.
No puedo describir el coraje que sentí al leer ese suceso en el
prólogo para, posteriormente, leer la crónica completa en el propio cuerpo del
libro. No hay manera sutil de decirlo: las instituciones mexicanas encargadas
de impartir justicia han fracasado rotundamente, están en deuda con la
sociedad.
Sería injusto también adoptar la posición cómoda y echarle toda la
culpa al gobierno. Lo que sucede en la zona aledaña al Río de los Remedios, y
en muchas partes de nuestro país, es un durísimo reflejo del brutal rompimiento
del tejido social. No puede pasar desapercibido que, en muchos casos, aunque no
en todos, un entorno familiar corrompido es lo que deja a los menores,
especialmente mujeres, en una condición de vulnerabilidad. Tampoco debería
sorprendernos que al analizar el entorno de los victimarios, descubramos que
provienen de un ambiente totalmente corrompido en el que la violencia y las
adicciones son el pan nuestro de cada día.
Solo un caso de los 6 plasmados en el libro tienen sentencia. ¿Cuántos| de todo el universo permanecen impunes? Es difícil saberlo, pero el
panorama no es nada alentador. Erick San Juan Palafox, “El Mili”, señalado por
las autoridades como el líder de la banda de feminicidas en la zona lleva ya
años encerrado, condenado a 70 años de prisión, sin embargo, el problema
persiste y sigue siendo muy habitual encontrar cuerpos sin vida de mujeres,
muchas veces mutilados.
“En este país de fosas
clandestinas, de mujeres desaparecidas, tragadas por la tierra, de niñas de 14
años descuartizadas y arrojadas en el canal, o de 13 años desmembradas y
enterradas junto a las vías del tren, en esta región de violencia sexual
impune, no hay verdad, hay versiones. Hay versiones históricas; versiones de la
defensa. Versiones de la policía. Axiomas constitucionales. Está la versión que
sembró Paco sobre Bianca. Las versiones de los peritajes corruptos y contrahechos.
Y está la memoria de los padres que buscan a sus hijas por todo el país”.
No se requiere decir mucho más. Este es el panorama en que
vivimos. Impunidad absoluta, feminicidios que se siguen acumulando, uno a uno,
sin que las autoridades tengan la capacidad, o la voluntad, de hacer frente a
esto, de realizar acciones coordinadas que permitan frenar el aumento en la
violencia de género y, lo peor del caso es que nos hemos habituado a que esto sea lo normal. No puedo sacar de mi cabeza aquella frase de Edmundo Burke: "Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada". Al terminar el libro le pregunté vía Twitter a la autora
¿Qué podemos hacer? Desgraciadamente aún no encuentro la respuesta.
@Benjamin_Muniz
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