domingo, 24 de septiembre de 2017

Que esta sacudida nos mantenga despiertos para siempre

El 29 de enero de este año, sabiendo que el nacimiento de mi sobrina se acercaba, decidí escribirle una especie de diario para que, cuando tuviera cierta edad, pudiera leerlo y conociera los acontecimientos que rodearon sus últimos meses de gestación, su nacimiento y su infancia. Probablemente no le he escrito tanto como quisiera, sin embargo, he intentado ser muy disciplinado al respecto. Me gusta escribirle acerca de cosas que considero que son importantes para su historia persona. Desgraciadamente, esta semana ocurrió una tragedia que no solamente será importante para la historia de mi sobrina, sino que será un pasaje complicado en nuestra historia. El 19 de septiembre de 2017, el día que conmemoramos el 32º aniversario del terremoto de 1985, la tierra volvió a sacudirse. Por esto, creí pertinente escribir en el diario de mi sobrina lo que sentí y lo que creí respecto a este último terremoto. Lo escrito se los comparto a continuación:

24 de septiembre de 2017

El 19 de septiembre de 1985, tu mamá estaba a punto de cumplir 5 meses de edad. Faltaba exactamente un año y medio para que yo naciera. Ese día la ciudad se estremeció con un terremoto de 8.1 grados de intensidad. Lo daños que ocasionó se calculaban en millones de pesos. Los muertos se contaban por miles. Definitivamente, el terremoto del 85 marcó un antes y un después en la historia de nuestro país: las normas de construcción se modificaron, los sistemas de protección civil se volvieron más importantes. Desde ese día, todos los años se realiza un megasimulacro para conmemorar a las personas que perdieron la vida esa mañana gris. Exactamente 32 años después, el 19 de septiembre de 2017, como cada año, a las 11:00 de la mañana sonaron las alarmas sísmicas y se llevó a cabo el megasimulacro. Sabiendo que era un simulacro y que en verdad nada serio estaba pasando, muchas personas ni caso le hicieron y los que llegaron a evacuar los lugares en donde se encontraban lo hicieron sin convicción, solamente para cumplir con el requisito, como sucedía cada año. Al terminar, cada quien regresó a sus labores. Yo no estuve en ningún megasimulacro ese día, me quedé en la casa de tu abuelo preparando las clases que impartiría dos días después. Cerca de la una de la tarde sentí un mareo fuerte, muy fuerte. Al levantar la visa me percaté que no estaba mareado, sino que estaba temblando y muy fuerte.

Satélite es un lugar donde los temblores, generalmente, no se sienten. Cuando lo sentí aquí y lo sentí tan fuerte, me preocupé por lo que podría estar pasando en otras partes. El resultado fue desgarrador. Edificios que se cayeron, escuelas que colapsaron. Cerca de 300 muertos se han contado hasta este momento. Las primeras personas con las que tuve contacto fueron tu mamá y tu abuela. Sabía que ambas estaban bien pero tu mamá estaba trabajando y tú estabas en la guardería. Al poco tiempo me intenté comunicar al celular de tu mamá. Las llamadas no entraban, la desesperación era total. Al cabo de un rato por fin me pude comunicar al celular de Fer, pero no fue ella quien contestó, sino que fue Yuli. Me dijo que Fer no me pudo contestar porque te estaba cargando pero que las dos estaban bien. Me sentí aliviado, pero el alivio fue efímero. Conforme pasaban los minutos, llegaban más y más reportes de edificios caídos. En pocas palabras, estar en la calle ese día era un verdadero riesgo, no solo por el riesgo de que un edificio se cayera, sino que, personas sin escrúpulos aprovecharon el caos generado para asaltar a las personas. Aproximadamente por 8 horas no volvía a saber nada de ustedes ni de tu abuela. Fueron las horas más lentas y difíciles de mi vida.

En la noche que volví a saber de ustedes me sentí aliviado, pero empecé a ver todo lo que había sucedido tanto en la Ciudad como en Morelos. Muchos lugares que yo conozco, por los que transitaba seguido dejaron de existir. Hubo una escuela que se cayó, se llamaba “Enrique Rebsamen”. Yo pasé por esa escuela varias veces. Muchos niños murieron ahí. Escuchar las noticias de cómo los rescatistas estaban trabajando sin descansar para intentar salvar al mayor número de niños posible helaba la sangre. Ver los reportajes de los edificios caídos, de cómo las familias de las personas atrapadas estaban ahí, esperando un milagro, esperando que su familiar, novio, amigo, lo que fuera, pudiera ser rescatado con vida. Ver personas en silla de ruedas o sin una pierna que, sin importar su condición física, se acercaban a los escombros a ayudar. Ver un niño tan pequeño que no podía ser de utilidad en las labores de rescate pero que, entonces, decidió repartir comida entre los voluntarios. Todas esas muestras llenaron de orgullo a todo el país, pero también de una profunda tristeza. El ambiente era difícil de respirar. La gente caminaba por las calles y sentías su tristeza, sentías su miedo. Solo escuchar el recuento de los daños generaba un nudo en la garganta e, involuntariamente, las lágrimas se hacían presentes en los ojos de las personas. Nunca nadie creyó que esto volvería a suceder.

Una semana y media antes de este último terremoto, hubo otro temblor fuerte. Este fue con epicentro en Oaxaca. Las cifras también eran alarmantes. Muchas personas murieron o perdieron su patrimonio. Conocer las cifras, ver las imágenes, era doloroso, pero a final de cuentas era algo que se podía catalogar como algo lejano, que si bien había ocurrido en nuestro país, era en otros estados, lejos de uno. Ver el resultado del terremoto del 19 en tu propia ciudad te hace sentir tan impotente, tan frágil. Te das cuenta que, así como el súper al que fui en varias ocasiones con mi abuela, que estaba antes de que mi papá naciera, de la nada se vino abajo, así puede pasar con cualquiera de nosotros.

Pero no todo fue malo, también fuimos testigos de muchas cosas buenas: la gente ayudando desinteresadamente, a tal grado que las autoridades pedían que no llegaran más voluntarios, que no llevaran más comida preparada porque se estaba echando a perder. Conocimos varios héroes de 4 patas, entre ellos Frida, Eco y Evil, perritos de la Secretaría de Marina entrenados para rescate y salvamento y esos binomios caninos robaron el corazón de una nación, pero sobre todo recordamos que somos fuertes, que podemos salir adelante y lo vamos a hacer.

Algún día, en la escuela, te tocará conmemorar a las víctimas de los terremotos del 19 de septiembre de 1985 y de 2017, verás imágenes de lo ocurrido y tal vez, como a mí me ha pasado siempre, se te helará la sangre pero comprenderás que nuestro país es más grande que sus problemas. Circuló en redes una fotografía que me pareció maravillosa. Decía “mi súper poder es ser mexicano, ¿cuál es el tuyo?”.

No ha dejado de llamarme la atención que, en 1985 tu mamá estaba por cumplir 5 meses; en 2017 tú acababas de cumplir 6. ¿Coincidencia? No lo sé, pero me cuesta trabajo creer que sea una coincidencia que ambas hayan vivido terremotos tan fuertes a tan corta edad. ¿Tendrá algo que ver con la misión de cada una de ustedes en esta vida? ¿Será una manera más de unirlas? No lo sé, pero estoy seguro que con el tiempo lo descubriremos.

Por lo pronto, la ayuda debe seguir; las cosas no se han normalizado, pero lo más importante, esta actitud que estamos viendo en la ciudadanía no debería cambiar, por el contrario, deberíamos mantenernos así, unidos de aquí en adelante. Si lo logramos, llegaremos a ser, en verdad, invencibles. Espero que así sea, que esta sacudida nos mantenga despiertos para siempre.


Twitter: @Benjamin_Muniz

1 comentario:

  1. Me parece que es muy importante el tema que tocas. Estemos unidos siempre! No sólo en éstos momentos tan intensos. Espero que mucha gente esté consciente de lo importante que es estar unidos.

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