El 29 de enero de este año, sabiendo
que el nacimiento de mi sobrina se acercaba, decidí escribirle una especie de
diario para que, cuando tuviera cierta edad, pudiera leerlo y conociera los
acontecimientos que rodearon sus últimos meses de gestación, su nacimiento y su
infancia. Probablemente no le he escrito tanto como quisiera, sin embargo, he
intentado ser muy disciplinado al respecto. Me gusta escribirle acerca de cosas
que considero que son importantes para su historia persona. Desgraciadamente,
esta semana ocurrió una tragedia que no solamente será importante para la
historia de mi sobrina, sino que será un pasaje complicado en nuestra historia.
El 19 de septiembre de 2017, el día que conmemoramos el 32º aniversario del
terremoto de 1985, la tierra volvió a sacudirse. Por esto, creí pertinente
escribir en el diario de mi sobrina lo que sentí y lo que creí respecto a este
último terremoto. Lo escrito se los comparto a continuación:
24 de septiembre de 2017
El 19 de septiembre de 1985, tu mamá estaba a punto
de cumplir 5 meses de edad. Faltaba exactamente un año y medio para que yo
naciera. Ese día la ciudad se estremeció con un terremoto de 8.1 grados de
intensidad. Lo daños que ocasionó se calculaban en millones de pesos. Los
muertos se contaban por miles. Definitivamente, el terremoto del 85 marcó un
antes y un después en la historia de nuestro país: las normas de construcción
se modificaron, los sistemas de protección civil se volvieron más importantes.
Desde ese día, todos los años se realiza un megasimulacro para conmemorar a las
personas que perdieron la vida esa mañana gris. Exactamente 32 años después, el
19 de septiembre de 2017, como cada año, a las 11:00 de la mañana sonaron las
alarmas sísmicas y se llevó a cabo el megasimulacro. Sabiendo que era un
simulacro y que en verdad nada serio estaba pasando, muchas personas ni caso le
hicieron y los que llegaron a evacuar los lugares en donde se encontraban lo
hicieron sin convicción, solamente para cumplir con el requisito, como sucedía
cada año. Al terminar, cada quien regresó a sus labores. Yo no estuve en ningún
megasimulacro ese día, me quedé en la casa de tu abuelo preparando las clases
que impartiría dos días después. Cerca de la una de la tarde sentí un mareo
fuerte, muy fuerte. Al levantar la visa me percaté que no estaba mareado, sino
que estaba temblando y muy fuerte.
Satélite es un lugar donde los temblores,
generalmente, no se sienten. Cuando lo sentí aquí y lo sentí tan fuerte, me
preocupé por lo que podría estar pasando en otras partes. El resultado fue
desgarrador. Edificios que se cayeron, escuelas que colapsaron. Cerca de 300
muertos se han contado hasta este momento. Las primeras personas con las que
tuve contacto fueron tu mamá y tu abuela. Sabía que ambas estaban bien pero tu
mamá estaba trabajando y tú estabas en la guardería. Al poco tiempo me intenté
comunicar al celular de tu mamá. Las llamadas no entraban, la desesperación era
total. Al cabo de un rato por fin me pude comunicar al celular de Fer, pero no
fue ella quien contestó, sino que fue Yuli. Me dijo que Fer no me pudo
contestar porque te estaba cargando pero que las dos estaban bien. Me sentí
aliviado, pero el alivio fue efímero. Conforme pasaban los minutos, llegaban
más y más reportes de edificios caídos. En pocas palabras, estar en la calle
ese día era un verdadero riesgo, no solo por el riesgo de que un edificio se
cayera, sino que, personas sin escrúpulos aprovecharon el caos generado para
asaltar a las personas. Aproximadamente por 8 horas no volvía a saber nada de
ustedes ni de tu abuela. Fueron las horas más lentas y difíciles de mi vida.
En la noche que volví a saber de ustedes me sentí
aliviado, pero empecé a ver todo lo que había sucedido tanto en la Ciudad como
en Morelos. Muchos lugares que yo conozco, por los que transitaba seguido
dejaron de existir. Hubo una escuela que se cayó, se llamaba “Enrique
Rebsamen”. Yo pasé por esa escuela varias veces. Muchos niños murieron ahí.
Escuchar las noticias de cómo los rescatistas estaban trabajando sin descansar
para intentar salvar al mayor número de niños posible helaba la sangre. Ver los
reportajes de los edificios caídos, de cómo las familias de las personas
atrapadas estaban ahí, esperando un milagro, esperando que su familiar, novio,
amigo, lo que fuera, pudiera ser rescatado con vida. Ver personas en silla de
ruedas o sin una pierna que, sin importar su condición física, se acercaban a
los escombros a ayudar. Ver un niño tan pequeño que no podía ser de utilidad en
las labores de rescate pero que, entonces, decidió repartir comida entre los
voluntarios. Todas esas muestras llenaron de orgullo a todo el país, pero
también de una profunda tristeza. El ambiente era difícil de respirar. La gente
caminaba por las calles y sentías su tristeza, sentías su miedo. Solo escuchar
el recuento de los daños generaba un nudo en la garganta e, involuntariamente,
las lágrimas se hacían presentes en los ojos de las personas. Nunca nadie creyó
que esto volvería a suceder.
Una semana y media antes de este último terremoto,
hubo otro temblor fuerte. Este fue con epicentro en Oaxaca. Las cifras también
eran alarmantes. Muchas personas murieron o perdieron su patrimonio. Conocer
las cifras, ver las imágenes, era doloroso, pero a final de cuentas era algo
que se podía catalogar como algo lejano, que si bien había ocurrido en nuestro país,
era en otros estados, lejos de uno. Ver el resultado del terremoto del 19 en tu
propia ciudad te hace sentir tan impotente, tan frágil. Te das cuenta que, así
como el súper al que fui en varias ocasiones con mi abuela, que estaba antes de
que mi papá naciera, de la nada se vino abajo, así puede pasar con cualquiera
de nosotros.
Pero no todo fue malo, también fuimos testigos de
muchas cosas buenas: la gente ayudando desinteresadamente, a tal grado que las
autoridades pedían que no llegaran más voluntarios, que no llevaran más comida
preparada porque se estaba echando a perder. Conocimos varios héroes de 4
patas, entre ellos Frida, Eco y Evil, perritos de la Secretaría de Marina
entrenados para rescate y salvamento y esos binomios caninos robaron el corazón
de una nación, pero sobre todo recordamos que somos fuertes, que podemos salir
adelante y lo vamos a hacer.
Algún día, en la escuela, te tocará conmemorar a las
víctimas de los terremotos del 19 de septiembre de 1985 y de 2017, verás
imágenes de lo ocurrido y tal vez, como a mí me ha pasado siempre, se te helará
la sangre pero comprenderás que nuestro país es más grande que sus problemas.
Circuló en redes una fotografía que me pareció maravillosa. Decía “mi súper
poder es ser mexicano, ¿cuál es el tuyo?”.
No ha dejado de llamarme la atención que, en 1985 tu
mamá estaba por cumplir 5 meses; en 2017 tú acababas de cumplir 6.
¿Coincidencia? No lo sé, pero me cuesta trabajo creer que sea una coincidencia
que ambas hayan vivido terremotos tan fuertes a tan corta edad. ¿Tendrá algo
que ver con la misión de cada una de ustedes en esta vida? ¿Será una manera más
de unirlas? No lo sé, pero estoy seguro que con el tiempo lo descubriremos.
Por lo pronto, la ayuda debe seguir; las cosas no se
han normalizado, pero lo más importante, esta actitud que estamos viendo en la
ciudadanía no debería cambiar, por el contrario, deberíamos mantenernos así,
unidos de aquí en adelante. Si lo logramos, llegaremos a ser, en verdad,
invencibles. Espero que así sea, que esta sacudida nos mantenga despiertos para
siempre.
Twitter: @Benjamin_Muniz