lunes, 28 de mayo de 2012

Frágiles


El día de hoy no me interesa la política. No les voy a compartir mis puntos de vista del debate sostenido entre los aspirantes a ocupar el lugar de Marcelo Ebrard en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento. Hoy quiero hablar de algo infinitamente más importante: la familia.
A lo largo de varias de mis publicaciones he hablado de la importancia que tiene la familia, de lo fundamental de su papel, del trabajo que juega en materias de prevención del delito y, por lo mismo, de seguridad pública, pero nunca he hablado de la importancia que la familia debe tener a cada persona en lo individual, el valor afectivo, el soporte e impulso que la familia puede generar en cada uno en lo particular.
Es por todos sabido que el hombre es, por naturaleza, un ser social. El ser humano requiere de los demás para poder desarrollarse, para crecer, para vivir en su máxima plenitud. Ahora, si esto es a nivel macro, con mayor razón se vuelve una verdad innegable a nivel micro. La familia es, sin lugar a duda, el nivel más pequeño, más íntimo de la sociedad. En el seno de la familia aprendemos las más básicas reglas de la convivencia, aprendemos lo que es justo e injusto, aprendemos como tratar al semejante, aprendemos lo que es esperar turnos, en fin, en el seno de la familia se construyen los cimientos de lo que seremos como adultos.
Ahora bien, todo esto que he venido diciendo no se aprende solamente en el ambiente de la familia nuclear, en este punto es también de vital importancia la familia en pleno. No es lo mismo aprender a esperar un turno cuando sabes que siempre serás el siguiente, en caso de tener 1 hermano, que aprender a esperar cuando tienes 5 primos. Además, los tíos pueden dar consejos a los sobrinos sin la presión de tener que educarlos, presión que si tienen los padres.
Voy a utilizar un ejemplo de mi propia familia. Mi familia paterna es muy numerosa. Mis abuelos tuvieron 9 hijos. Como es de suponerse, todos están ya casados, algunos por segundas o terceras nupcias y cada matrimonio tiene, en promedio, 2 hijos. De entre todos los muchos nietos de mis abuelos, yo ocupo el tercer lugar, siendo el primer hombre, seguido muy de cerca por el segundo hombre, quien es solamente seis meses menor que yo.
No hay que ser genios para saber que dos niños de la misma edad e igual de tranquilitos, son una verdadera amenaza para la tranquilidad familiar. Hay veces que pienso que Rodrigo (mi primo) y yo tuvimos suerte de haber vivido más allá de los 6 años. No había una sola ocasión en que estuviéramos juntos en que no se oyera a alguien más gritar, una ventana rota, en fin, tantas anécdotas que comparto con mi primo.
Como es de suponerse también, no nada más éramos unas verdaderas balas, sino que éramos inseparables. Por supuesto, esto generó que prácticamente todos los fines de semana yo pernoctara en casa de Rodrigo.
Por supuesto que esta constante presencia en casa de mi primo generó un vínculo muy especial con mis tíos, a quienes empecé a considerar como mis segundos padres y en quienes he encontrado un apoyo siempre que lo he necesitado. Además, generó una convivencia muy especial también con mi pequeña prima, quien tenía, para ese entonces, máximo 2 años. Por supuesto, siendo yo 7 años mayor que ella, siempre la he visto como mí hermana menor.
Si me pusiera a describir todos los recuerdos de mi infancia en los que ellos se encuentran, no terminaría jamás. Solo puedo decir que, en los momentos más importantes de mi infancia, ellos estuvieron ahí. En la adolescencia, mis tíos me aconsejaron, mi primo me aconsejó, y yo aconsejé en algunas ocasiones a mi prima.
Para mi tía era un poco más fácil mostrarse cariñosa. Mi tío, Pepe, en cambio era un tanto más reservado, un tanto más serio, más estricto. Esto no quiere decir, por supuesto, que la intensidad de s cariño fuera menor que la de mi tía Ari, simplemente son formas de ser y uno aprende a querer a la gente tal cual es.
Recuerdo mucho una anécdota que se ha vuelto tradición en la familia. Mis tíos acababan de mandar poner pasto en su jardín. Evidentemente, los trabajadores tenían que hacer ciertas marcas para este fin. Entre aquellas marcas, pusieron una cruz con pintura roja en la pared. Claro, mi primo y yo, siendo niños intrépidos que siempre estábamos en aventuras imaginarias, creímos que aquella gran cruz roja era la marca que indicaba el lugar donde yacía el tesoro del pirata. Acto seguido, nos dedicamos a cavar en busca del tan anhelado cofre. Obviamente, no me volví millonario, no encontramos ningún cofre, ninguna joya, ni un solo doblón de oro. Solo encontramos piedras, tierra y, al final, el concreto del piso. Esas es una de aquellas veces que mis tíos estuvieron a poco de terminar con nuestra corta vida. Cuando, evidentemente enojados, nos preguntaron el motivo tremendos hoyos, les respondimos con toda franqueza “Es que ahí está la cruz roja, es la marca del mapa, estamos buscando el tesoro” mi tía no pudo hacer otra cosa que subir a su cuarto, mitad con ternura por la inocencia infantil, mitad con un enojo endiablado por ver estropeado su recientemente puesto pasto. Fue Pepe quien tuvo que reprendernos con toda la seriedad y dureza que le caracterizaba.
La relación de mis tíos con el resto de la familia era simplemente maravillosa. No había un solo miembro de la familia Muñiz que pudiera decir que sentía un rechazo, por minúsculo que fuera, por Pepe, por el contrario, Pepe siempre fue considerado como un verdadero tipazo.
Año tras año, hasta que yo cursaba, si no mal recuerdo, el 4º años de primaria, aprovechábamos las vacaciones veraniegas para viajar a Acapulco, lugar con un significado emotivo muy fuerte para los Muñiz. Los tres adultos que nos acompañaban eran Ari, Pepe y mi Abuela. Los niños éramos, por orden de edad, mi hermana, mi prima Bere, mi prima Andrea, mi prima Ari, Rodrigo y yo. Viendo en retrospectiva, si que Ari y Pepe tenían valor, yo no me hubiera aventado tremenda responsabilidad de viajar con tanto sobrino, más considerando que dos de ellos podían hacer que Acapulco explotara con solo dejarlos sin supervisión un minuto.
Obviamente, durante esta etapa, por el desarrollo natural del ser humano, el papel que jugaban mis tíos era más protector. Con el pasar de los años, evidentemente el papel que jugaron fue más bien de observar y dar un consejo cuando fuera necesario. Pero lo que más me ha impactado siempre es la congruencia entre lo que mis tíos dicen y lo que mis tíos hacen.
En fin, como lo dije antes, hay tantas cosas que puedo decir de mis tíos, de cómo su vida ha sido un ejemplo para mí, de cómo Pepe fue un excelente complemento de mi papá para enseñarme lo que verdaderamente significa ser hombre, como tratar a una familia, como tratar a una esposa, que si siguiera escribiendo, en verdad, harían falta muchas horas para poder llegar a generar una breve muestra de lo que ellos han significado en mi vida.
¿Por qué hoy decidí tocar este tema? ¿Qué fue lo que me llevó a hablar de la familia, de mi familia, en lugar de realizar un análisis muy somero de las circunstancias políticas que vivimos? La respuesta es fácil. Este fin de semana sucedió un evento inesperado que me hizo detenerme y analizar el camino que he seguido en mi vida, si lo que llevo andado lo he caminado sobre el sendero que había trazado para ello.
Muchas veces he escrito de la importancia de la familia, cuando, siendo completamente francos, yo me he dedicado a descuidar mucho a mi propia familia, especialmente a mi familia en pleno. Mi familia nuclear también se ha visto afectada por mi distancia, generada, en gran parte, por la carga de trabajo que llevo sobre los hombros, pero aún así, he descuidado mucho a las personas que me importan, me he hecho a un lado de reuniones familiares, no he estado en muchos eventos importantes.
Ayer escuché a un sacerdote de nacionalidad alemana, el Padre Ralph, diciendo que todos nosotros sabemos, teóricamente, que nadie tiene la vida comprada, pero de la misma manera, ninguno estamos preparados para cuando ésta llega.
Desgraciadamente al padre tiene toda la razón. Por más que sepamos que todos, así como nacimos, tenemos que morir, siempre deseamos que la muerte de un ser querido no llegue. Por más duro que suene, aún a pesar de la fiereza con la que deseemos que un ser querido viva eternamente, esto no es posible y darte cuenta de eso es muy doloroso.
El sábado 26 de mayo de 2012 parecía ser un día normal. Ese día amaneció como cualquier otro. Yo estuve en un curso de Derecho Electoral impartido por el Comité Directivo Regional del PAN en el Distrito Federal, el cual duró desde las 9:00 a las 19:00 horas del sábado y de las 9:00 a las 14:15 horas del domingo. Como el curso me mantendría fuera prácticamente todo el día de casa, mi mujer decidió salir al parque a jugar con mi hijo. Terminando mi curso, tomé la Línea 1 del Metro en la estación Cuauhtémoc hasta Balderas, donde transbordé a la Línea 3 en dirección a Universidad. Saliendo de la estación Miguel Ángel de Quevedo, recibí una llamada de parte de un miembro de mi familia en la que me comunicaron que, de manera inesperada, Pepe, mi tío, mi segundo padre, había fallecido. Sobra decir el impacto que dicha noticia tuvo en mi persona.
Si me atrevo a escribir acerca de la muerte de un ser muy querido, no es con la finalidad de despertar en ustedes el sentido de compasión, sino, por el contrario, despertar en cada una de las personas que puedan leer estas líneas un deseo ferviente de vivir cada instante de sus vidas al máximo, porque efectivamente, nadie, absolutamente nadie, tenemos comprada la vida.
Hace algunos días publiqué en mi cuenta de Twitter “Vive cada día como si fuera el último, a final de cuentas no sabemos si tendremos otro”. A la luz de lo ocurrido la frase debió haber sido “Vive cada momento como si fuera el último, a final de cuentas no sabemos si tendremos otro”.
Escribo estas líneas como un homenaje a un gran hombre, a un gran esposo, a un gran padre, a un gran tío, a un excepcional ser humano. Un gigante que se nos adelantó en el camino. Conservo la fe que él está ya en un lugar mejor esperando ahora nuestra llegada. Conservo la fe que los que sufrimos la ausencia somos los que nos quedamos, pero sobre todo, conservo la fe en que, tal como lo dijo el Padre Ralph en su sermón de ayer, durante su sermón de despedida a Pepe, la muerte no tiene la última palabra.
Benjamín Muñiz Álvarez Del Castillo
Twitter: @Benjamin_Muniz

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