El día de hoy no me interesa la política. No les voy a
compartir mis puntos de vista del debate sostenido entre los aspirantes a
ocupar el lugar de Marcelo Ebrard en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento. Hoy quiero
hablar de algo infinitamente más importante: la familia.
A lo largo de varias de mis publicaciones he hablado de la
importancia que tiene la familia, de lo fundamental de su papel, del trabajo
que juega en materias de prevención del delito y, por lo mismo, de seguridad
pública, pero nunca he hablado de la importancia que la familia debe tener a
cada persona en lo individual, el valor afectivo, el soporte e impulso que la
familia puede generar en cada uno en lo particular.
Es por todos sabido que el hombre es, por naturaleza, un ser
social. El ser humano requiere de los demás para poder desarrollarse, para
crecer, para vivir en su máxima plenitud. Ahora, si esto es a nivel macro, con
mayor razón se vuelve una verdad innegable a nivel micro. La familia es, sin
lugar a duda, el nivel más pequeño, más íntimo de la sociedad. En el seno de la
familia aprendemos las más básicas reglas de la convivencia, aprendemos lo que
es justo e injusto, aprendemos como tratar al semejante, aprendemos lo que es
esperar turnos, en fin, en el seno de la familia se construyen los cimientos de
lo que seremos como adultos.
Ahora bien, todo esto que he venido diciendo no se aprende
solamente en el ambiente de la familia nuclear, en este punto es también de
vital importancia la familia en pleno. No es lo mismo aprender a esperar un
turno cuando sabes que siempre serás el siguiente, en caso de tener 1 hermano,
que aprender a esperar cuando tienes 5 primos. Además, los tíos pueden dar
consejos a los sobrinos sin la presión de tener que educarlos, presión que si
tienen los padres.
Voy a utilizar un ejemplo de mi propia familia. Mi familia
paterna es muy numerosa. Mis abuelos tuvieron 9 hijos. Como es de suponerse,
todos están ya casados, algunos por segundas o terceras nupcias y cada
matrimonio tiene, en promedio, 2 hijos. De entre todos los muchos nietos de mis
abuelos, yo ocupo el tercer lugar, siendo el primer hombre, seguido muy de
cerca por el segundo hombre, quien es solamente seis meses menor que yo.
No hay que ser genios para saber que dos niños de la misma
edad e igual de tranquilitos, son una verdadera amenaza para la tranquilidad
familiar. Hay veces que pienso que Rodrigo (mi primo) y yo tuvimos suerte de
haber vivido más allá de los 6 años. No había una sola ocasión en que
estuviéramos juntos en que no se oyera a alguien más gritar, una ventana rota,
en fin, tantas anécdotas que comparto con mi primo.
Como es de suponerse también, no nada más éramos unas
verdaderas balas, sino que éramos inseparables. Por supuesto, esto generó que
prácticamente todos los fines de semana yo pernoctara en casa de Rodrigo.
Por supuesto que esta constante presencia en casa de mi primo
generó un vínculo muy especial con mis tíos, a quienes empecé a considerar como
mis segundos padres y en quienes he encontrado un apoyo siempre que lo he necesitado.
Además, generó una convivencia muy especial también con mi pequeña prima, quien
tenía, para ese entonces, máximo 2 años. Por supuesto, siendo yo 7 años mayor
que ella, siempre la he visto como mí hermana menor.
Si me pusiera a describir todos los recuerdos de mi infancia
en los que ellos se encuentran, no terminaría jamás. Solo puedo decir que, en
los momentos más importantes de mi infancia, ellos estuvieron ahí. En la
adolescencia, mis tíos me aconsejaron, mi primo me aconsejó, y yo aconsejé en algunas
ocasiones a mi prima.
Para mi tía era un poco más fácil mostrarse cariñosa. Mi tío,
Pepe, en cambio era un tanto más reservado, un tanto más serio, más estricto.
Esto no quiere decir, por supuesto, que la intensidad de s cariño fuera menor
que la de mi tía Ari, simplemente son formas de ser y uno aprende a querer a la
gente tal cual es.
Recuerdo mucho una anécdota que se ha vuelto tradición en la
familia. Mis tíos acababan de mandar poner pasto en su jardín. Evidentemente,
los trabajadores tenían que hacer ciertas marcas para este fin. Entre aquellas
marcas, pusieron una cruz con pintura roja en la pared. Claro, mi primo y yo,
siendo niños intrépidos que siempre estábamos en aventuras imaginarias, creímos
que aquella gran cruz roja era la marca que indicaba el lugar donde yacía el
tesoro del pirata. Acto seguido, nos dedicamos a cavar en busca del tan
anhelado cofre. Obviamente, no me volví millonario, no encontramos ningún
cofre, ninguna joya, ni un solo doblón de oro. Solo encontramos piedras, tierra
y, al final, el concreto del piso. Esas es una de aquellas veces que mis tíos
estuvieron a poco de terminar con nuestra corta vida. Cuando, evidentemente
enojados, nos preguntaron el motivo tremendos hoyos, les respondimos con toda
franqueza “Es que ahí está la cruz roja, es la marca del mapa, estamos buscando
el tesoro” mi tía no pudo hacer otra cosa que subir a su cuarto, mitad con
ternura por la inocencia infantil, mitad con un enojo endiablado por ver
estropeado su recientemente puesto pasto. Fue Pepe quien tuvo que reprendernos
con toda la seriedad y dureza que le caracterizaba.
La relación de mis tíos con el resto de la familia era
simplemente maravillosa. No había un solo miembro de la familia Muñiz que
pudiera decir que sentía un rechazo, por minúsculo que fuera, por Pepe, por el
contrario, Pepe siempre fue considerado como un verdadero tipazo.
Año tras año, hasta que yo cursaba, si no mal recuerdo, el 4º
años de primaria, aprovechábamos las vacaciones veraniegas para viajar a
Acapulco, lugar con un significado emotivo muy fuerte para los Muñiz. Los tres
adultos que nos acompañaban eran Ari, Pepe y mi Abuela. Los niños éramos, por
orden de edad, mi hermana, mi prima Bere, mi prima Andrea, mi prima Ari,
Rodrigo y yo. Viendo en retrospectiva, si que Ari y Pepe tenían valor, yo no me
hubiera aventado tremenda responsabilidad de viajar con tanto sobrino, más
considerando que dos de ellos podían hacer que Acapulco explotara con solo
dejarlos sin supervisión un minuto.
Obviamente, durante esta etapa, por el desarrollo natural del
ser humano, el papel que jugaban mis tíos era más protector. Con el pasar de
los años, evidentemente el papel que jugaron fue más bien de observar y dar un
consejo cuando fuera necesario. Pero lo que más me ha impactado siempre es la
congruencia entre lo que mis tíos dicen y lo que mis tíos hacen.
En fin, como lo dije antes, hay tantas cosas que puedo decir
de mis tíos, de cómo su vida ha sido un ejemplo para mí, de cómo Pepe fue un
excelente complemento de mi papá para enseñarme lo que verdaderamente significa
ser hombre, como tratar a una familia, como tratar a una esposa, que si
siguiera escribiendo, en verdad, harían falta muchas horas para poder llegar a
generar una breve muestra de lo que ellos han significado en mi vida.
¿Por qué hoy decidí tocar este tema? ¿Qué fue lo que me llevó
a hablar de la familia, de mi familia, en lugar de realizar un análisis muy
somero de las circunstancias políticas que vivimos? La respuesta es fácil. Este
fin de semana sucedió un evento inesperado que me hizo detenerme y analizar el
camino que he seguido en mi vida, si lo que llevo andado lo he caminado sobre
el sendero que había trazado para ello.
Muchas veces he escrito de la importancia de la familia,
cuando, siendo completamente francos, yo me he dedicado a descuidar mucho a mi
propia familia, especialmente a mi familia en pleno. Mi familia nuclear también
se ha visto afectada por mi distancia, generada, en gran parte, por la carga de
trabajo que llevo sobre los hombros, pero aún así, he descuidado mucho a las
personas que me importan, me he hecho a un lado de reuniones familiares, no he
estado en muchos eventos importantes.
Ayer escuché a un sacerdote de nacionalidad alemana, el Padre
Ralph, diciendo que todos nosotros sabemos, teóricamente, que nadie tiene la
vida comprada, pero de la misma manera, ninguno estamos preparados para cuando
ésta llega.
Desgraciadamente al padre tiene toda la razón. Por más que
sepamos que todos, así como nacimos, tenemos que morir, siempre deseamos que la
muerte de un ser querido no llegue. Por más duro que suene, aún a pesar de la
fiereza con la que deseemos que un ser querido viva eternamente, esto no es
posible y darte cuenta de eso es muy doloroso.
El sábado 26 de mayo de 2012 parecía ser un día normal. Ese
día amaneció como cualquier otro. Yo estuve en un curso de Derecho Electoral
impartido por el Comité Directivo Regional del PAN en el Distrito Federal, el
cual duró desde las 9:00 a las 19:00 horas del sábado y de las 9:00 a las 14:15
horas del domingo. Como el curso me mantendría fuera prácticamente todo el día
de casa, mi mujer decidió salir al parque a jugar con mi hijo. Terminando mi
curso, tomé la Línea 1 del Metro en la estación Cuauhtémoc hasta Balderas,
donde transbordé a la Línea 3 en dirección a Universidad. Saliendo de la
estación Miguel Ángel de Quevedo, recibí una llamada de parte de un miembro de
mi familia en la que me comunicaron que, de manera inesperada, Pepe, mi tío, mi
segundo padre, había fallecido. Sobra decir el impacto que dicha noticia tuvo
en mi persona.
Si me atrevo a escribir acerca de la muerte de un ser muy
querido, no es con la finalidad de despertar en ustedes el sentido de
compasión, sino, por el contrario, despertar en cada una de las personas que
puedan leer estas líneas un deseo ferviente de vivir cada instante de sus vidas
al máximo, porque efectivamente, nadie, absolutamente nadie, tenemos comprada
la vida.
Hace algunos días publiqué en mi cuenta de Twitter “Vive cada
día como si fuera el último, a final de cuentas no sabemos si tendremos otro”.
A la luz de lo ocurrido la frase debió haber sido “Vive cada momento como si
fuera el último, a final de cuentas no sabemos si tendremos otro”.
Escribo estas líneas como un homenaje a un gran hombre, a un
gran esposo, a un gran padre, a un gran tío, a un excepcional ser humano. Un
gigante que se nos adelantó en el camino. Conservo la fe que él está ya en un
lugar mejor esperando ahora nuestra llegada. Conservo la fe que los que
sufrimos la ausencia somos los que nos quedamos, pero sobre todo, conservo la
fe en que, tal como lo dijo el Padre Ralph en su sermón de ayer, durante su
sermón de despedida a Pepe, la muerte no tiene la última palabra.
Benjamín Muñiz Álvarez Del Castillo
Twitter: @Benjamin_Muniz