Todas las personas que vivimos el proceso electoral de 2006 recordamos, o por lo menos deberíamos recordar de manera clara a un personaje que acaparó diversas críticas por su discurso incendiario: el candidato presidencial perredista y, hasta poco antes, Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador.
En su calidad de titular del poder ejecutivo del Distrito Federal, el tabasqueño había tenido la oportunidad de darse a conocer, de hacer campaña desde un puesto público. Durante los poco menos de 6 años que se mantuvo en la primera magistratura de la Capital de la República, la política de gobierno del “Peje” se caracterizó por muchas cosas.
En primer punto, por las continuas desavenencias que se suscitaron entre López, emanado, como todos los gobiernos de la capital desde 1997, del PRD, con el entonces Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, el panista, Vicente Fox Quezada. Debemos recordar incluso que, el actual Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, fue Secretario de Seguridad Pública de López Obrador, secretario que fue destituido de dicho puesto por Vicente Fox, en uso de sus facultades legales. En este punto es importante recordar que el régimen jurídico del Distrito Federal, esta Entidad Federativa no es un Estado, sino el Distrito Federal, sede de los Poderes de la Unión y Capital de los Estados Unidos Mexicanos, tal como reza el artículo 44 de nuestra Ley Fundamental.
Recordemos también que, durante la campaña presidencial, una vez que hubo renunciado al puesto de Jefe de Gobierno, López Obrador se caracterizó por una total falta de respeto por las autoridades. Recordemos cuantas veces despotricó contra el entonces Presidente Vicente Fox. Muchos mantenemos viva en nuestra memoria aquella frase lapidaria: “Cállate chachalaca”. Desde el momento en que lanzó esta frase, yo me percaté de la facilidad con la que López Obrador actuaba en contra de las Instituciones Democráticas de México. Si bien es cierto que la espetó contra un ciudadano, también lo es que en ese momento dicho ciudadano estaba investido con la envergadura presidencial, es decir, el insultó no fue en contra de Vicente Fox Quezada, fue en contra de la institución de la presidencia, lo que llevó inexorablemente a que López Obrador faltara al respeto y lesionara la misma Institución por la que él estaba compitiendo para acceder. Algo contradictorio, diría yo.
Evidentemente, si las agresiones las profería contra el Titular del Poder Ejecutivo Federal, su actitud se extrapolaba en contra del candidato panista a la Presidencia, Felipe Calderón Hinojosa y en contra del candidato príista, Roberto Madrazo Pintado.
Contra Felipe Calderón, López Obrador siempre esgrimió el argumento que si el señor ganaba las elecciones no iba a ser resultado de su capacidad como político, mucho menos por el trabajo realizado anteriormente, sino que iba a ser gracias al apoyo ilegal recibido por parte del Gobierno Federal y los poderes fácticos de los medios de comunicación. Fácilmente logró parodiar el slogan de “Manos limpias” de Calderón. Decidió demandar por la vía civil a Hildebrando Zavala Gómez del Campo, cuñado del entonces candidato presidencial panista. Todavía recuerdo como, al transitar por la calle, se podían observar campañas que rezaban “Calderón, quiero ser tu cuñado”. Todo esto generado por una acusación lanzada, sin los elementos de prueba necesarios, por al candidato perredista en contra del Zavala, acusación que resultó en que este último en una demanda civil por daño moral que entabló ante el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, el señor Hildebrando Zavala, en contra del tabasqueño.
Por lo que hace a Roberto Madrazo Pintado, los sucesos no fueron tan diferentes. Debemos recordar que entre ellos ya existía una historia de traición y oposición, historia que culminó en la salida de López Obrador del Partido Tricolor para unirse a las filas del Partido del Sol Azteca.
Quien se detiene a analizar la manera de actuar de López Obrador podrá ver que sus métodos eran bastante obvios. El discurso incendiario, la intolerancia y la confrontación fueron las monedas de cambio de la política lopezobradorista. Ahora bien, si observamos más a fondo nos daremos cuenta que el mismo López Obrador actuaba de la manera que él mismo criticaba. Dijo, como ya lo mencioné, que en caso que Calderón ganara la Presidencia, sería gracias a una elección de Estado. Recordemos que cuando renuncia a su puesto como Jefe de Gobierno toma posesión, tal como lo marca la legislación aplicable, el Secretario de Gobierno, Alejandro Encinas, incondicional del ex Jefe de Gobierno. Desde el poder que le daba gobernar el Distrito Federal, ahora a través de Encinas, López Obrador aprovechó recursos públicos para hacerse propaganda. Recordemos que dentro de la infraestructura de los servicios de transporte del Distrito Federal, se podían observar innumerables pancartas del candidato presidencial. En cuanto al candidato para Jefatura de Gobierno, Marcelo Ebrard, López Obrador no requirió mover su maquinaria par que éste ganara. Sin lugar a dudas, Ebrard no tuvo un contrincante lo suficientemente sólido como para mermar la continuidad del proyecto lopezobradorista en la capital. Este manejo de recursos públicos para promocionar su campaña presidencial, ¿no es de lo que tanto se quejaba de las prácticas arcaicas del PRI? ¿No denunciaba, justificada o injustificadamente, estas supuestas prácticas por parte del PAN, partido en el poder? La incongruencia fue otro factor que describió a López Obrador.
Sin lugar a dudas, la elección presidencial de 2006 fue la más cerrada en la historia de nuestro País. En 2000 Vicente Fox ganó la Presidencia por un amplio margen, 6 años después, la historia fue la contraria. Cerradas las casillas electorales, era aventurado que el Instituto Federal Electoral se pronunciara por un virtual ganador a través del cómputo del PREP. Incluso las encuestas de salida daban resultados muy cerrados. ¿A qué se debió la diferencia tan radical en los márgenes en tan sólo 6 años? La respuesta es muy fácil. Vicente Fox fue un excelente candidato. Todos lo recordamos como aquel que iba a entrar a Los Pinos y terminar con los problemas heredados por el PRI. Lo vimos como el candidato con valor, con convicción y de ideas firmes. No creo que haya muchos que hayan olvidado el “Yo viene a un debate hoy y quiero que se haga el debate HOY”. Desgraciadamente, una vez instalado en la Residencia Oficial, de aquel candidato no quedó nada y se convirtió en un Presidente que, si bien tuvo aciertos, tuvo muchas indecisiones, se vio tibio en muchos asuntos que requerían una solución contundente y se vio como alguien que cedió el control a su esposa. La ciudadanía se sintió defraudada por la manera de gobernar de Vicente Fox, sintieron que su voto había sido desperdiciado. Sin embargo, las heridas causadas por el PRI seguían abiertas y sangrando. Si a esto se le suma el discurso incendiario de López Obrador, y las acciones que realizó en el Distrito Federal, el resultado era de esperarse. Mucha gente decidió otorgarle su confianza y votar por él. Aquí el motivo de los resultados tan cerrados.
Una vez que se dieron los resultados preliminares que le otorgaban el triunfo de la contienda electoral a Calderón, López Obrador reaccionó de una manera que solamente demostró su intolerancia y su obsesión por el poder. Al no verse beneficiado con el triunfo levantó aquella famosa frase “Voto x Voto, Casilla x Casilla”. Presentó impugnaciones ante el IFE, mismas que fueron resultas de manera favorable al virtual candidato vencedor. Molesto por los resultados, presentó los medios de impugnación que consideró pertinentes ante el máximo órgano electoral de nuestro país: el Tribunal Federal Electoral (hoy Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación), quien confirmó el triunfo de Felipe Calderón. Si realmente Calderón ganó o no la elección, si existió el fraude electoral o no, no es motivo del presente documento, lo que sí interesa para los fines de esta publicación es la manera como el tabasqueño reaccionó.
Una vez más, salió a la luz pública con el único fin de desprestigiar a las instituciones de nuestro país. Arremetió en contra del IFE, del TRIFE, de la Presidencia de la República, incluso en contra de empresas privadas tal como el gran dupolio televisivo. No conforme con esto, decidió de manera tiránica, tomar la ciudad, claro, con la complicidad de Alejandro Encinas. Todos recordamos que, por un tiempo bastante prolongado, se instaló en el Paseo de la Reforma, cerrándolo por completo. Claro, al hacer esto, no se dio cuenta el señor que estaba perjudicando también a personas que requerían utilizar esa vía para ir a trabajar. Gracias a este plantón, muchos negocios tuvieron que cerrar, lo que produjo un aumento en los índices del desempleo, con el consecuente aumento en los índices de pobreza. Con su reclamo, López Obrador únicamente afectó a aquellos por los que decía luchar.
Además de esta actividad a todas luces ilegal, López Obrador creó la Presidencia Legítima, constituyendo todo un gabinete y cobrando sueldo como Presidente Legítimo de la Nación. ¿Dónde se había visto esto? La enfermedad por poder que presenta López Obrador, llegó al absurdo de desconocer al Presidente legítimamente nombrado y crear todo un sistema de gobierno alterno y, evidentemente en contra de la ley. Por supuesto no olvidemos que la usurpación de funciones públicas es un delito sancionado con pena de prisión. Lo dejo al costo.
Otra de las inconsistencias López Obrador es el reclamo que hacia acerca del control del PRI para elegir y seguir gobernando aún después de concluida una administración. Para esto utilizaba (y lo sigue haciendo) constantemente como ejemplo a Carlos Salinas de Gortari, quien, a decir del “Peje” sigue gobernando México. ¿Dónde entra la incongruencia? Muy simple, López Obrador, aún después de renunciar a la Jefatura de Gobierno, siguió gobernando la Capital de la República. Alejandro Encinas fue simplemente una pantalla para cubrir los requisitos legales para postularse como Presidente. En el D.F. se vivió, durante ese breve lapso, un panorama parecido al Maximato callista: el Jefe de Gobierno está en el Antiguo Palacio Virreinal, el que gobierna está en Copilco, se pudo haber dicho en ese tiempo. Cuando Ebrard rinde protesta como Jefe de Gobierno, López Obrador intentó seguir gobernando a través de él. Las cosas no le salieron como él lo pensaba. Ebrard resultó ser un hijo desobediente en muchos aspectos y le limitó el poder al tabasqueño, más o menos lo que le sucedió a Calles con Lázaro Cárdenas. Ebrard pintó su raya y gobernó él, claro, dando continuidad a muchos de los proyectos de López Obrador, pero sin convertirse en su subordinado. Recordemos incluso el conflicto que se generó entre ellos cuando, al concluir una sesión del Consejo Nacional de Seguridad Pública, Ebrard tendió la mano al Presidente Calderón y, posteriormente, declaró que Calderón era el Presidente Legítimamente instaurado.
No pudo decir que todo lo realizado por López Obrador fue malo, sería deshonesto e incluso tendencioso. Como todo ser humano, tiene aciertos y fracasos, errores y virtudes. Tengo que reconocer que desde la Jefatura de Gobierno, Obrador generó políticas interesantes: el apoyo económico a las personas con escasos recursos fue una gran idea, tal vez no realizada con fines verídicamente altruistas, sino como medidas clientelares, pero lo cierto es que ha apoyado a las clases bajas. La construcción de los segundos pisos y de la línea 1 del metrobus son otros de sus grandes aciertos, pero para mi gusto, si ponemos en una balanza su actuar, ésta se inclinaría hacia lo negativo. Recordemos también que su chofer, el famoso Nico, ganaba una fortuna para su puesto. Esto atentaba contra su dicho en el sentido de no a los grandes sueldos de los funcionarios públicos.
Las izquierdas apostaron todas sus canicas a un candidato y apostaron mal. Por resultados, por proyectos, el candidato de las izquierdas debió haber sido Marcelo Ebrard, sin embargo, decidieron ir nuevamente con Andrés Manuel. Probablemente en la decisión sellaron su fracaso. Veremos qué cambios se pueden presentar en esta campaña presidencial. De entrada, ya hay uno importante.
Después del discurso incendiario que ha caracterizado a López Obrador, y al ver que ya no genera los mismos resultados de antaño y que, incluso, ha hecho que pierda adeptos, decidió seguir el ejemplo de Ignacio Lula da Silva, y cambiar su discurso por su República Amorosa, al grado de llegar a decir que, de ganar la Presidencia, crearía una Secretaría de la Felicidad. Después de haber sido reaccionario, de quemar pozos petroleros, de atentar contra los bienes y las instituciones nacionales, ahora quiere que vivamos en Cariñosilandia.
Me cuesta trabajo creer en su cambio. Dudo mucho que de ganar la Presidencia, lo que se ve muy difícil, siga su discurso amoroso. El poder lo cegará nuevamente y veremos al verdadero López Obrador. Recordemos que, como reza un dicho popular, un tigre nunca cambia sus rayas.
Benjamín Muñiz Álvarez Del Castillo
Twitter: @Benjamin_Muniz
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