Hace algunas semanas vi una película llamada “The Butler”, traducida al
español como “El mayordomo de la Casa Blanca”. En esa película se narra la
historia de Eugene Allen (quien en la película es nombrado como Cecil Gaines),
una persona afroamericana que trabajó como mayordomo en la Casa Blanca desde la
administración de Dwight David Eisenhower y se retiró durante la administración
de Ronald Reagan.
En la época en que Cecil Gaines ingresó al servicio en la Casa Blanca,
el racismo en Estados Unidos se encontraba en uno de sus puntos más álgidos.
Era la época en que Eisenhower le exigía el gobernador de Arkansas el
cumplimiento de la sentencia dictada por la Corte Suprema de los Estados Unidos
en el sentido que la segregación era ilegal y, por lo mismo, se exigía se
permitiera el acceso de los 9 estudiantes afroamericanos a la Universidad de
Little Rock. Elizabeth Eckford, junto con otros 8 alumnos (conocidos como los
Little Rock Nine) intentaron ingresar a la Universidad, sin embargo, fueron detenidos
por la Guardia Nacional de Arkansas. Este evento generó que el Presiente
Eisenhower enviara al ejército a escoltar a los estudiantes.
La historia no cambió para Cecil Gaines a través de los años. La lucha
por el reconocimiento de los afroamericanos, en la cual si hijo participó
activamente, al grado de ser encarcelado en diversas ocasiones, continúo.
Durante 6 administraciones presidenciales, Gaines fue testigo ciego de las
políticas que fueron implementadas para garantizar los derechos de los afroamericanos.
Al ver los sucesos narrados a lo largo de esta película, al ver la
manera en que las personas afroamericanas tuvieron que luchar por sus derechos,
llegaron a mi mente 3 discursos históricos: “Discurso de Gettysburg” de Abraham
Lincoln, “Yo tengo un sueño” de Martin Luther King, Jr. y “Hambre y sed de
justicia” de Luis Donaldo Colosio.
En “Discurso de Gettysburg”, pronunciado el 19 de noviembre de 1863,
Lincoln, durante la Guerra de Secesión Estadounidense, manifestó que “Hace
ochenta y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una
nueva nación concebida en la libertad y consagrada en el principio de que todas
las personas son creadas iguales”. Debemos recordar que la Guerra de
Secesión inició precisamente por el hecho que los estados del norte estaban en
contra de la esclavitud, mientras que los estados sureños la apoyaban. Por
supuesto, los esclavos eran los afroamericanos.
Cien años después, el 28 de agosto de 1963, Martín Luther King, Jr.
pronunció su discurso en contra de la segregación racial, diciendo “Pero
cien años más tarde, el Negro todavía no es libre. Cien años más tarde, la vida
del Negro todavía se encuentra lisiada por los grilletes de la segregación y
las cadenas de la discriminación. Cien años más tarde, el Negro vive en una
solitaria isla de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material.
Cien años después, el Negro sigue siendo languideciendo en los rincones de la
sociedad americana y se encuentra a sí mismo un exiliado en su propia tierra”.
Casi 41 años después, el 6 de marzo de 1994, Luis Donaldo Colosio
pronunció un discurso en el cual dijo “Yo veo un México con hambre y sed de
justicia. Un México de gente agraviada; de gente agraviada por las distorsiones
que imponen a la ley quienes deberían de servirla”.
Increíblemente, han pasado 150 años desde el famoso discurso de Lincoln
y la situación no ha mejorado en verdad. La esclavitud no ha sido erradicada,
solo se ha transformado. El racismo continúa existiendo. Es cierto, los negros
ya no son segregados como antes, por lo menos no de manera tan abierta. Sin
embargo, la injusticia sigue imperando. Hoy yo sigo viendo un México con hambre
y sed de justicia. Desgraciadamente, esta hambre y sed de justicia no se limita
únicamente a México.
Vamos a tomar un gran ejemplo del alcance de esta injusticia. Desde la
consolidación del México Independiente, el 27 de septiembre 1821, hasta el 17
de octubre de 1953 (132 años después), a la mujer se le concedió el derecho de
votar. Han pasado 61 años desde la concesión de ese derecho, sin embargo, nunca
se ha permitido a las mujeres ejercer de manera completa sus derechos
político-electorales. En términos generales nos hemos encontrado con que las
mujeres se encuentran subrepresentadas en los órganos legislativos, tanto a
nivel federal como a nivel local. Lo mismo pasa en los puestos de la
Administración Pública, donde los niveles directivos se encuentran prácticamente
monopolizados por los hombres. Ya ni hablar de la Presidencia de la República,
únicamente se han postulado a 3 mujeres para ocupar la Máxima Magistratura de
México. En la iniciativa privada la situación no mejora demasiado.
Desgraciadamente, este no es un mal del que únicamente adolece México.
Para poder revertir un poco esta situación, la XVII Asamblea Nacional
Extraordinaria del Partido Acción Nacional celebrada el 16 de mayo y el 10 de
agosto, ambos de 2013, aprobaron reformar de manera íntegra los Estatutos
Generales del PAN. En dicha reforma se estableció que los órganos directivos
del Partido, a nivel federal, estatal y municipal, deberían de contener por lo
menos el 40% de integrantes de género distinto, procurando en todo momento la
paridad.
Posteriormente, la Reforma Político-Electoral estableció como
obligatorio que el 50% de las candidaturas fueran ocupadas por mujeres.
Definitivamente, estos dos sucesos marcan una gran victoria en la lucha
de las mujeres para que sea respetado el ejercicio de sus derechos
político-electorales, sin embargo, mi opinión en este tema puede parecer algo
tenebrosa.
A principios de este mes, durante la celebración de un Seminario de
Derecho Electoral que se celebró en la sede del Partido Acción Nacional,
escuché al Lic. Alejandro Zapata Perogordo, decir que él estaba en contra de la
inclusión de acciones afirmativas en la legislación, no por ser machista, sino
porque él consideraba que no debería de existir esta necesidad.
Estoy totalmente de acuerdo con el Lic. Zapata. Si partimos de la base
que todos fuimos creados iguales, tal como lo aseveró Lincoln, entonces, ¿por
qué tenemos la necesidad de establecer acciones afirmativas? Si todos fuimos
creados iguales, ¿por qué no podemos tener la madurez para tratarnos como tal?
Si existe la necesidad de establecer acciones afirmativas es
precisamente porque no hemos tenido la madurez de admitir que las mujeres
tienen la misma capacidad de trabajo que nosotros los hombres. Esto por
supuesto incluye el trabajo público. Por supuesto que una mujer tiene la misma
capacidad que el hombre, sino es que más, para tomar decisiones importantes,
para poder legislar en los temas de trascendencia para nuestro país, por
supuesto que tienen la capacidad de dirigir a un país.
Habrá hombres que digan que la mujer es más visceral, que es más emotiva
y que precisamente esa emotividad les merma la objetividad necesaria para
desempeñar cualquier cargo directivo, ya sea en iniciativa privada como en el
servicio público. Mi propio abuelo creía eso, sin embargo, debo decir que estoy
en total desacuerdo con ello.
Efectivamente, la mujer es más visceral y más emotiva que el hombre,
pero también es más entregada, es más profunda en sus disertaciones y sobre
todo es más humana. El hombre tiende a ser más frío, más calculador, lo que ha
generado que, por ejemplo, el sistema de impartición de justicia se limite a
ver las cosas en blanco y negro, que no comprenda que las decisiones que un
juzgador toma al momento de dictar una sentencia, van a trascender en el
aspecto humano de una persona. La mujer puede abrir un poco más el panorama.
Ve un México con hambre y sed de justicia, un México en el que sus
mujeres no han recibido el trato que merecen, un México que ha olvidado que las
mujeres también han sido de vital importancia en el desarrollo de su historia.
No podríamos concebir la Independencia sin Josefa Ortiz de Domínguez o sin
Leona Vicario. No podríamos concebir la Revolución Mexicana sin las Adelitas y
mucho menos sin la intervención directa de Carmen Serdán en Puebla. No
podríamos comprender nuestra historia sin el consejo anónimo que muchas mujeres
han brindado en momentos cruciales.
Nosotros como hombres debemos dejar a un lado nuestro orgullo de creer
que somos los amos de la capacidad de trabajar. Estoy consciente que la mujer
desempeña un papel fundamental en la formación de las nuevas sociedades, pero
¿eso limita su capacidad de trabajar en otros ámbitos?
Debemos permitirles a las mujeres acceder a los puestos altos, no
utilizarlas como lo pretende hacer un partido político que solo busca utilizar
a las mujeres como objetos atractivos para que la población masculina vote por
ellas, por el contrario, debemos permitir que las mujeres inteligentes y
capaces lleguen por méritos propios, lleguen a proponer ideas, a generar
cambios, a mejorar nuestro México.
Las acciones afirmativas no deberían existir, deberíamos estar
convencidos que somos iguales y, por lo mismo, tenemos los mismos derechos. La
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece que la mujer y
el hombre somos iguales ante la ley. Esto quiere decir que ante la ley tenemos
los mismos derechos y las mismas obligaciones, pues bien, ha llegado el momento
que nosotros los hombres, dejemos a un lado el monopolio del ejercicio de los
derechos y permitamos a las mujeres disfrutar lo que por naturaleza les
corresponde.
Ha habido grandes mujeres a lo largo de la historia mundial, no
impidamos con el machismo absurdo que haya más.
Benjamín Muñiz Álvarez Del Castillo
Twitter: @Benjamin_Muniz