domingo, 21 de octubre de 2012

La Iglesia y el Poder


Entonces se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra.
Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no iras la apariencia de los hombres.
Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no?
Pero Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?
Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le presentaron un denario.
Entonces les dijo: ¿De quién es esta imagen, y la inscripción?
Le dijeron: De César. Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.
Oyendo esto, se maravillaron, y dejándole, se fueron.”
(Mateo 22: 15-22)

El pasaje que se contiene en el Evangelio según Mateo y que ha sido transcrito en líneas anteriores ha tenido diversos significados. Desde el punto de vista político, el significado más aceptado es que a través de él se establece, por Jesús mismo, la separación Iglesia – Estado. El lector podrá preguntarse qué tiene que ver esta separación en estas líneas si en México, desde las Leyes de Reforma, esta separación es realidad. La respuesta es preocupante.

En el número 1873 del semanario Proceso, en las páginas 36 a 41, se pueden leer dos reportajes que tienen que ver, precisamente, con la clase eclesiástica. El primero de ellos, visible en las páginas 36 a 39, se titula “La Iglesia quiere curas que sean gobernadores, legisladores, alcaldes…”, en el cual, el reportero Rodrigo Vera inicia diciendo que el nuevo presidente de la Confederación del Episcopado Mexicano, quien será electo en noviembre próximo y durará un sexenio en el cargo, tendrá como principal encomienda política trabajar con el gobierno de Enrique Peña Nieto para realizar los cambios legislativos que le permitan a los prelados ocupar cargos de elección popular.

Menciona también que el Presidente electo de México, se comprometió ante el pleno de obispos a emprender estas modificaciones constitucionales para que la jerarquía católica goce de una libertad religiosa plena y que sus ministros de culto puedan ser gobernadores, diputados, senadores y presidentes municipales, lo cual ha sido una aspiración centenaria de dicha Asociación Religiosa.

Dentro de dicho reportaje se trascribe una entrevista realizada a Manuel Corral, vocero del episcopado, en la que manifiesta que es el deseo más profundo de los miembros de la Iglesia Católica poder aspirar a puestos de elección popular. Las antiguas aspiraciones que tenía el clero de obligar a que la educación que el Estado impartiera fuera religiosa y de controlar medios masivos de comunicación, dice el vocero, son cosa del pasado. La Iglesia se ha dado cuenta que es inviable tener un sacerdote en cada una de las escuelas públicas instaladas a lo largo y ancho de nuestro país y, además, manifiesta que algunas iglesias y parroquias cuentan ya con sus propios medios de comunicación. Menciona también el caso de un canal de televisión dedicado cien por ciento a transmitir la fe católica, mismo que se encuentra manejado por personas ajenas a la jerarquía eclesiástica.

De primera impresión, el realismo con el que la religión más grande de México enfrenta el entorno actual parece muy bueno, sin embargo, recordemos que el ser humano es, por naturaleza, ambicioso. Tengo el temor fundado que, de acceder a sus exigencias de permitir a los prelados ser postulados para puestos de elección popular, renacerían desde las entrañas mismas de la más recalcitrante jerarquía católica comenzaría a luchar, nuevamente, por obtener dichos privilegios.

Debemos recordar que la gran mayoría de los ciudadanos mexicanos profesan precisamente la religión católica. Semanalmente (o a veces más veces por semana) acuden a los templos católicos. Muchos mexicanos ven en los sacerdotes católicos líderes espirituales y ejemplos de vida. Tengo la fortuna de conocer algunos sacerdotes que me inspiran respeto y confianza. Sin embargo, como en cualquier sociedad humana, los principios sobre los cuales la religión se fundó se han visto corrompidos. Existen muchos encargados de culto público (no solamente católicos, sino de todas las religiones) que se han desviado del camino de la verdad y el servicio. El alarmante número de casos de pederastia es una clara y muy dolorosa muestra de ello. Esta corrupción de los encargados de cuidar “el rebaño de Dios” puede generar que durante los sermones semanales se incluyan mensajes que atenten contra el propio Estado de Derecho. Debemos recordar que, por ejemplo, durante la Guerra de Reforma como durante la administración del General Plutarco Elías Calles, la Iglesia abiertamente habló de insurrección en contra del Gobierno solo porque vio amenazados sus intereses. Es un panorama muy pesimista, pero con riesgo latente de cumplirse.

Tocando el tema del gobierno de Plutarco Elías Calles, me lleva a otro punto por el cual considero que sería inviable permitir que los sacerdotes arriben a puestos gubernamentales. Según la jerarquía católica, todos y cada uno de los sacerdotes alrededor del mundo se encuentran subordinados al Papa quien, además de ser la máxima autoridad eclesiástica, es Jefe del Estado Vaticano. Teniendo esto en cuenta, resulta evidente que, una persona que se encuentra sujeta a la autoridad de un jefe de Estado extranjero, no puede ejercer además funciones públicas dentro de la Administración Pública de nuestro país.

Sobre este punto, cabe retomar una de las propuestas que, durante su administración, sostuvo el Presidente Plutarco Elías Calles, quien buscó generar las reformas necesarias para que la constitución de una Iglesia Católica Mexicana, conformada únicamente por prelados mexicanos que se vieran en la obligación de sujetarse única y exclusivamente a las leyes mexicanas. Por supuesto, esta intención de otorgar al clero mexicano una independencia total de un estado extranjero, generó una lucha de poderes que se desencadenó en un movimiento armado que generó nuevamente derramamiento de sangre inocente de connacionales, sobre todo en la Perla de Occidente. El fin que buscaba conseguir el entonces Presidente Elías Calles era, precisamente, que un grupo con tanto poder y tanta influencia dentro de la población de nuestro país no estuviera subordinado a poderes extranjeros que pudieren llegar a manipular la confianza depositada en ellos por los fieles. Desgraciadamente, esta meta no pudo ser alcanzada.

Por supuesto que, en caso de proceder las reformas que el clero católico busca (con lo cual, reitero, no estoy de acuerdo) resulta evidente que se debería permitir a los ministros de culto de todos y cada uno de los credos existentes en México poder postularse para ocupar cargos de elección popular. Permitir únicamente a los sacerdotes católicos, demostraría que es cierta aquella frase popular que dice que la Iglesia es la organización política más antigua del mundo.

Considero que el coto de poder tan grande que tiene cualquier asociación religiosa es demasiado grande como para arriesgarnos a otorgarles más poder. El poder por el poder ciega y el desarrollo de la historia nacional nos demuestra, desgraciadamente, que los prelados (reitero, de todas las religiones) se han visto cegados por el poder, han buscado acrecentar el nivel de influencia que tienen y han llegado a dividir la religión misma que dicen servir. Ahora bien, si se les otorga, además, poder público para, por ejemplo, legislar, estas divisiones podrían incluso ser peores. Supongamos por un momento que un grupo de altos jerarcas de la iglesia mormona lleguen a colarse en el Poder Legislativo Federal así como el las legislaturas locales. Por supuesto, al ser miembros de un grupo religioso, buscarán ampliar sus filas. Supongamos también que, debido a aquel grupo de altos jerarcas, logran que, ante el Congreso de la Unión, se logre aprobar una reforma constitucional en la que se derogue el artículo 24 Constitucional. Supongamos también que logren cabildear de tal manera dentro de las Legislaturas locales que dos terceras partes de ellas ratifiquen esta reforma. El único resultado sería que la libertad religiosa dejaría de ser una realidad en nuestro país.

Definitivamente no tengo absolutamente nada en contra de las religiones. En lo personal, no comparto al cien por ciento el credo de ninguna de ellas. Considero que, como muchas instituciones, son únicamente un método para el control del hombre. Considero que, independientemente de la religión que se profese, Dios es más grande que cualquiera de ellas, sin embargo, no dejo de negar que muchas personas encargadas de esparcir la fe son personas que han buscado generar verdaderos cambios en México. El caso de Rosi Orozco es un claro ejemplo de ello. Mujer que profesa la religión cristiana, ha luchado incansablemente por abolir la trata de personas, sin embargo, Rosi Orozco es una persona física que lucha en contra de la trata de personas por ella misma, no representando a grupo religioso alguno.

El poder espiritual de las diferentes iglesias existentes en este País de tantos contrastes dependerá única y exclusivamente de la manera en que ellas administren su propio culto. Qué tanto crezcan o disminuyan sus fieles dependerá de la honestidad y compromiso de sus autoridades, sin embargo, por nobles que puedan ser sus intereses, no se pueden mezclar las cosas. Reza un viejo y conocido refrán: no se puede confundir la gimnasia con la magnesia. Esperemos que las reformas que se pretenden conseguir no rindan frutos. La separación Iglesia – Estado se ha dado por circunstancias muy específicas. Tirarlas a tierra sería dar marcha atrás en una división clara y necesaria que tanta sangre nos ha costado. El Estado debe encargarse de llevar a cabo de Administración Pública, la Iglesia debe velar por la salud espiritual, no hay otra manera de hacer las cosas. Esperemos que haya en nuestros legisladores, tanto federales como locales, la inteligencia necesaria para impedir que este retroceso en nuestra historia nacional se consagre.

Benjamín Muñiz Álvarez Del Castillo
Twitter: @Benjamin_Muniz