El pasado fin de semana tuve la oportunidad de, por fin, ver el video que tanto revuelo ha causado en estos tiempos de algidez política (aquí el link http://www.youtube.com/watch?v=mnH7LxqEH84). “Los niños incómodos” muestran de una manera muy cruda, muy gráfica la realidad que vivimos día con día a lo largo y ancho de nuestro País. La manera en que dicho video termina es muy cierta y, por lo mismo, muy dolorosa. Actualmente, tenemos a cuatro candidatos a ocupar la Máxima Magistratura de nuestro México: Enrique Peña Nieto, Josefina Vázquez Mota, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri de la Torre y los niños del video les hacen un llamado para buscar la Presidencia con fines nobles, con la intención verdadera de generar un cambio necesario para México, no solo por tener el poder por el poder. La intención de estas líneas no es, de ninguna manera, analizar las propuestas de los diferentes candidatos, sus virtudes y defectos y quien, a juicio de quien esto escribe, es la mejor opción para acceder a Los Pinos. Esta vez mi intención es hacer unirme a aquel llamado, a exigir que el poder público sea utilizado para lo que realmente sirve: para servir a la Patria.
Este fin de semana también terminé de leer un libro que tiene mucho tiempo conmigo pero que por una cosa u otra nunca me había tomado la molestia siquiera de abrirlo y tengo que decir que la facilidad de prosa y la profundidad de contenido me sorprendió. Además, en “Ética para Amador” de Fernando Savater, encontré varias enseñanzas que se pueden aplicar al caso del que quiero comentar en este documento, pero en su momento llegaré a eso.
Efectivamente, la clase política es conocida por buscar salvaguardar los intereses, ya no del Partido del que emanan, sino del grupo al cual pertenecen dentro del mismo. Recordemos que el PRD se encuentra fuertemente dividido entre muchas “tribus”, el PRI tiene también sus grupos de diversas ideologías y el PAN, que antes criticaba la manera de hacer política al interior del PRI, se ha convertido en un Partido que ha copiado muchas de las actividades que tanto criticaba y, entre ellas, se encuentra la división en diversos grupos.
Estos hechos solo dejan ver una cuestión tan claramente, como pocas veces pueden serlo. La crisis institucional que vivimos no es solamente a nivel gobierno, sino a nivel de Partidos Políticos. Por ser miembro activo del Partido Acción Nacional y conocer más de cerca la crisis por la que atraviesa, lo utilizaré de ejemplo. A principios de este año, tuve la oportunidad de verme involucrado en un proceso al interior del PAN en la delegación en la que actualmente vivo. Este proceso me dio la oportunidad de sostener diálogos con algunos militantes de mi demarcación territorial y escuchar a varios de ellos me generó una profunda tristeza, por no decir más. Al platicar con muchos de ellos me preguntaban directamente a que grupo pertenezco dentro del Partido. Dependiendo de mi respuesta, me otorgaron o me negaron su apoyo. Si yo me afilié a al PAN fue porque creía en sus valores, porque veía un todo, no una seria de grupos. Como me dijo una de los militantes con los que tuve la oportunidad de conversar, yo no veo grupos, yo veo una bandera, veo un escudo. El Partido Acción Nacional, en sus inicios, se fundó sobre cuatro pilares del humanismo: la dignidad de la persona, el bien común, la solidaridad, y la subsidiariedad. Hoy, por más que me duela aceptarlo, veo cada vez menos esos pilares en el actuar político del Partido.
Como ya dije anteriormente, en la cuestión política, yo veo una bandera y veo un escudo, no veo a grupos dentro del Partido, pero en mi caso, veo más allá, veo una bandera tricolor y un escudo con el águila azteca parada sobre un nopal devorando una serpiente. Por tal motivo, si considero que una política específica de Acción Nacional va en contra de los intereses de la Nación, mi obligación es apoyar lo que beneficia al País. Antes de ser un militante azul, soy un ciudadano mexicano.
El reclamo que hacen los llamados niños incómodos a los candidatos presidenciales, se encuentra debidamente justificado en que la clase política, de tiempo atrás, ha dejado de actuar por el bien común y sus actos se han visto gobernados únicamente por el interés de su Partido, cuando no en el interés personal. Las políticas que impulsa un partido son bloqueadas por otro, sin importar si son necesarias para el País. Prefieren mantener a México en un retraso que aprobar algo que puede generar votos a favor de su oponente. A final de cuentas, quienes pagamos los platos rotos somos nosotros, los ciudadanos de a pie.
No obstante lo anterior, como siempre lo he dicho, sería injusto culpar únicamente al gobierno de los males que nos aquejan. Los políticos podrán expedir los mejores programas, por decir algo, contra las drogas, pero si la sociedad no pone su granito de arena para que éstos sean observados, de nada servirán. Desgraciadamente en la actualidad, nos encontramos frente a una sociedad a la que le resulta más fácil culpar al gobierno, a las circunstancias, o a cualquier cosa, antes que afrontar su responsabilidad en lo que a ellos les ocurre, y ante esto, viene a mi mente una frase de Savater: “Ningún orden político es tan malo que en él ya nadie pueda ser ni medio bueno: por muy adversas que sean las circunstancias, la responsabilidad final de sus propios actos la tiene cada uno y lo demás son coartadas.” (SAVATER, Fernando, “Ética para Amador”, Editorial Planeta, México, 2003, p. 157).
Savater va todavía más allá, dice, y en esto estoy totalmente de acuerdo con él, que cualquier “régimen político que conceda la debida importancia a la libertad insistirá también en la responsabilidad social de las acciones y omisiones de cada uno.” (SAVATER, Op. Cit., pp. 158-159)
Estoy convencido que como sociedad es necesario que nos hagamos responsables de nuestras acciones. Como lo he mencionado en publicaciones anteriores (“La Revolución de los Espejos” y “Si él puede, ¿por qué yo no?” por decir algunos ejemplos) lo que sucede en nuestro país es reflejo de lo que nosotros como ciudadanos permitimos a través de nuestra tolerante complicidad. Si el narcotráfico existe, es porque hay personas dispuestas a comprar narcóticos, si la piratería existe es porque la gente quiere comprar productos apócrifos, si la trata de personas existe, es porque hay personas dispuestas a utilizar a las personas como objetos sexuales. Esta es una regla básica del mercado, si no hay demanda, no hay razón de ser de la oferta. Es por esto que en diversas ocasiones se ha tratado de castigar la demanda (recuerdo por ejemplo que el Grupo Parlamentario del PAN en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, solicitó que la demanda de sexoservidores fuera penada como lo es la oferta).
¿Cuál es la finalidad verdadera del poder? ¿Qué es lo que persiguen los políticos al tenerlo? La verdadera razón de ser del poder es que este sea utilizado para generar acciones que beneficien a la sociedad, no a los particulares. Incluso, hasta el Tío Ben le dice a Ben Parker que con un gran poder vienen grandes responsabilidades. El motivo de existencia del poder es utilizarlo para salvaguardar los derechos de las personas más vulnerables que nosotros. El poder se creó como una herramienta para el bien, el bien común. Desgraciadamente, el poder se ha prostituido. El poder hoy se utiliza, únicamente, para conseguir lo que nos beneficia en lo personal, sin importar si con esto dañamos a terceras personas o, incluso, a la comunidad en la que vivimos. Es por esto que muchas personas utilizan al poder como un bastón para caminar y conseguir lo que desean. Tal vez suene un poco duro, pero, nuevamente, utilizaré una frase de Savater, frase que puede aplicarnos a todos y es justamente ahí donde se encuentra nuestra propia responsabilidad:
“¿Sabes cuál es la única obligación que tenemos en esta vida? Pues no ser imbéciles. La palabra “imbécil” es más sustanciosa de lo que parece, […] Viene del latín baculus que significa “bastón”: el imbécil es el que necesita bastón para caminar. […] Si el imbécil cojea no es de los pies, sino del ánimo: es su espíritu el debilucho y cojitranco, […]” (SAVATER, Op. Cit., p. 93)
Acepto que el fragmento de párrafo que recién transcribí puede ser un tanto agresivo, sin embargo, ¿quiénes de nosotros actuamos como imbéciles? No solamente los políticos. La clase política es más criticada porque es más visible, sin embargo, dentro de la ciudadanía, desgraciadamente, nos encontramos también con muchas personas que utilizan bastones para caminar hacia un objetivo que únicamente los beneficiará a ellos mismos, independientemente del daño que esto pueda generar.
Desde mi muy particular punto de vista, que claro, experto en el tema no soy, considero que gran parte de la crisis que enfrentamos, no proviene de la corrupción de las autoridades, o de la volatilidad de la moneda. No, estos son únicamente síntomas de la crisis. Considero que lo que genera esta crisis es que nosotros hemos perdido de vista que tratamos con seres humanos que, al igual que nosotros, tienen un espíritu, tienen necesidades, tienes vicios y tienen virtudes. Nos hemos deshumanizado. Al enemigo no lo vemos como contrincante, como alguien que puede tener puntos de vista diversos a los nuestros, por el contrario, lo vemos como un obstáculo que hay que eliminar a cualquier precio. Frente a esto nos estamos pareciendo cada vez más a los animales (sin que esto quiera decir que los animales son malos, al contrario, los seres humanos hacemos cosas que ni aún los animales, quienes, según muchos no razonan, harían). Olvidamos, o pretendemos olvidar, que todos nosotros, como humanos, debemos cierto respeto y consideración a nuestros congéneres, que si hay personas en mejores posiciones que otras, muchas veces se debe a la cantidad de oportunidades que recibieron, pero que a final de cuentas, todos somos seres humanos. Recordemos el primer párrafo del Discurso de Gettysburg pronunciado por el entonces presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, prestando especial atención al final del mismo: “Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales.” Efectivamente, todas las personas somos creadas iguales, no en cuanto a características externas, sino en cuanto a nuestros cimientos y como tal, como seres humanos, deberíamos tratarnos el uno al otro, poniendo nuestras habilidades al servicio de la humanidad, luchando por el bien común por encima del personal.
Con todo esto del centenario del hundimiento del Titanic se ha publicado la historia de Don Manuel Uruchurtu Ramírez, abogado y político mexicano que viajó a Francia para poder entrevistarse con su amigo Ramón Corral y buscar un escaño en el Senado Mexicano. Cumplido su cometido, Uruchurtu abordó un barco que lo regresara al continente mexicano, sin saber que sería el último que abordaría en su vida. Cuando el Titanic se empieza a undir, Uruchurtu, pasajero de primera clase, y en beneficio de ser diputado en viaje oficial, fue subido al bote salvavidas número 11 cuando apareció Elizabeth Ramell-Nye implorando le permitieran subir al bote salvavidas, alegando que su esposo e hijo la esperaban en Nueva York. Ante la negativa de los oficiales del barco más lujoso del mundo, Manuel Uruchurtu se levantó del bote y le cedió su lugar, sabiendo que con esto firmaba su sentencia de muerte, con la única petición que Elizabeth Ramell-Nye fuera a visitar a su familia en Hermosillo y Xalapa. Uruchurtu murió ahogado en el Atlántico del Norte por salvar a una persona a la cual no conocía. Su cuerpo nunca fue recuperado. Mi pregunta ante esto es: un político que busca una senaduría hoy en día, ¿sacrificaría su vida por salvar a alguien a quien no conoce? Tu lector, ¿lo harías? Don Manuel Uruchurtu realizó un acto de gran humanismo y como tal debe ser recordado. Desgraciadamente, la historia de Elizabet Ramell-Nye era solo eso, una historia, una ficción, sin embargo, la enseñanza que nos dejó el Diputado Uruchurtu es la de una persona que ve a los demás seres humanos como sus semejantes. ¿Cuántos de nosotros lo haríamos? Honestamente creo que los dispuestos a hacerlo se cuentan con los dedos de una mano y aun así, nos sobrarían dedos.
Ha llegado el momento en que la ciudadanía se levante y comience a actuar como lo que somos, seres racionales. Debemos comenzar a utilizar el poder para lo que realmente fue creado, para ayudar a los necesitados, para proteger a los vulnerables, para obtener, todos juntos, un crecimiento sustentable.
Como lo dije párrafos arriba, antes de ser cualquier cosa, políticos, médicos, abogados, ingenieros, amas de casa, barrenderos, mecánicos, plomeros, albañiles, antes que todo eso, somos ciudadanos mexicanos, ciudadanos de una Nación construida sobre la base del trabajo. El mexicano no tiene por qué ser como nos pintan, sombrerudos, flojos. En México tenemos muchas cosas buenas, nadie es tan cálido para recibir a extraños como nosotros, entonces, ¿Por qué no podemos recibir a nuestros compatriotas de una manera todavía mejor? ¿Por qué seguimos luchando guerras intestinas que lo único que logran es derramar la sangre de mexicanos inocentes? Parafraseando a Marx y a Engels “Mexicanos del mundo, uníos”. Tenemos que trabajar juntos, antes de que sea demasiado tarde. Utilicemos el poder en beneficio de nuestro País, solo así podremos salir de esta debacle que parece no tener fin.
Para terminar, viene a colación una frase de Charles Louis de Secondat, Barón de Montesquieu, citada en el mencionado libro “Ética para Amador”, misma que me permito transcribir aquí:
“Si yo supiese algo que me fuese útil y que fuese perjudicial a mi familia, lo expulsaría de mi espíritu. Si yo supiese algo útil para mi familia y que no lo fuere para mi patria, intentaría olvidarlo. Si yo supiese algo útil para mi patria y que fuese perjudicial para Europa, o bien que fuese útil para Europa y perjudicial para el género humano, lo consideraría como crimen, porque soy necesariamente hombre mientras que soy francés por casualidad.” (SAVATER, Op. Cit., p. 165)
Benjamín Muñiz Álvarez Del Castillo
Twitter: @Benjamin_Muniz